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martes, septiembre 21

Carlos y Claudia






¡Cómo nos cae de bien Marcelo!

A Marcelo Gazzani en su cumple 40, con todo el cariño de Claudia y Carlos

Ese medio día íbamos a vernos con Mae en su apartamento de Buenos Aires. También era la casa de Manuela, de Susi, de Camila… pero era un enero y solo Mae y otra muchacha de Cali estaban en ese viejo y chévere apartamento de la Avenida Colón, por San Telmo.

Apenas subimos al piso, Mae llamó por teléfono. Breve conversación. Que muchas saludes de Marcelo. Que ya viene. Yo conocía la historia de Manuela y Marcelo por encima, y así quería mantenerla. Me parecía incómodo tener acceso a detalles que eran de su vida personal. Quizás por eso me llamó la atención que Marcelo estuviera pendiente de la llegada de Claudia y yo a la ciudad y al apartamento y además, de ir a saludarnos.

Antes de verlo, para mí Marcelo era un argentino buena gente, según todas las fuentes, y además el novio de mi hija Manuela. Eso ya era bastante. Cuando lo vi, lo saludé y hablé con él unos minutos, comenzó a ser diferente.

Fuimos los cuatro a un restaurante cercano –no se me olvida su ambiente delicioso- a almorzar, pero como Clau y yo habíamos comido antes, pues los acompañamos. Recuerdo que los dos, Marcela y Marcelo, pidieron pescado.

La conversación fluía más con Mae, tengo qué decirlo. Sobre todo porque no la veía hacía mucho tiempo. Y porque apenas entre Marcelo y yo comenzaba a desatarse una relación que yo quería mas de amigos pero que inevitablemente comenzaba más de suegro/yerno.

Sin embargo, las veces que en adelante nos vimos en Buenos Aires o que nos hemos visto en Medellín, gracias a que él y Manuela han visitado nuestra casa, crece por dentro de mí la admiración y el respeto por Marcelo, mi yerno, pero sobre todo el argentino buena gente, amable, fino, cordial y afectuoso que comparte su vida con la de mi hija Manuela, que en esa misma medida comparte con nosotros momentos inolvidables, así estemos a más de 6 mil kilómetros –qué le vamos a hacer- aunque un click nos permite hablar en cualquier momento y sentirnos vecinos.

Nos queda desearle lo mismo que él quiere para su vida. Porque eso es lo que vale, lo que nos llena de sentido, lo que nos traza un derrotero. Desde Medellín ha de llegarle el afecto en forma de croniquilla familiar y de abrazo.

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